Llega el mes de noviembre y con él
la finalización del año escolar, un año más que nos deja lecciones para
atesorar y momentos que guardamos en el corazón.
Cuando llega este tiempo tanto
los niños como nosotros los padres experimentamos una mezcla de emociones:
orgullo, alivio y mucha gratitud. Y la alegría de ellos al saber que estarán en
un nuevo curso, avanzando en su etapa escolar.
Este logro es mucho más que un
resultado académico; es el reflejo de todo su esfuerzo, sus madrugadas, los
retos que enfrentaron con valentía y, por supuesto, el apoyo incondicional que
como familia nos brindamos mutuamente.
No todo fue fácil. Este año
reconozco que las tareas fueron multiplicadas por 1.000 “ja ja ja” y hubo
momentos de frustración, trabajos que parecían imposibles y días en los que la
motivación brillaba por su ausencia. Pero cada reto superado les enseñó algo
valioso: la importancia de la perseverancia, el valor de pedir ayuda y la magia
de creer en ellos.
No solo las calificaciones
cuentan; también vale el esfuerzo, el compromiso y esas pequeñas victorias
diarias que construyen el camino hacia el éxito.
Ahora es tiempo de celebrar en
familia, compartir y descansar, disfrutar y recargar energías para el próximo año
escolar.
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